Hibernación controlada: El Despertar

Vivencias para una crisis por Manuel Martín Bueno
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Manuel Marín-Bueno
1 de abril del año 2020 y en plena cuarentena



Es un amanecer diferente por varias razones, en primer lugar porque hace unos días nos cambiaron la hora, que la verdad en estas circunstancias sirve para poco, menos todavía que antes que ya es decir. Se habla por los entendidos o por quienes dicen que lo son, que son los mas como en todo, aunque no tengan ni repajolera idea, de los beneficios y perjuicios para el organismo, la economía, y otras cosas mas, de ese cambio de hora. La verdad es que a mi me sigue produciendo sorpresa que los mecanismos electrónicos avanzados lo hagan por si mismos sin impulso manual del propietario del ingenio, es decir un servidor y cada uno de Vds.

El día del cambio de hora significa que quienes disponemos de algún reloj suplementario, de sobremesa, pared en la cocina o en otra parte, de mesilla. Algunos los tenemos generalmente parados si todavía son de aquellos del tic tac famoso con la sonaja de dos semiesferas metálicas arriba con un martillito entre ellas, que golpeaba con frenesí ambas, hasta que lo parabas de maneras diversas, por presión, por mover un adminículo en forma de palanca hacia un lado o por presionar un botón en su parte posterior. Realmente aquellos relojes ruidosos que dicen molestan a muchos, a mi no porque soy de la época en la que sonaban las campanas de las iglesias, al menos en los pueblos o escuchaba los pitidos de los trenes expresos nocturnos al llegar a las estaciones donde tenían parada y te daban automáticamente la hora. Ciertamente desigual y con retraso porque aquellas locomotoras que rugían echando vapor por sus fauces al frenar a la llegada y al volver a arrancar a la salida, arrastraban unos convoyes que casi nunca iban en hora. Era lo proverbial y nadie protestaba. Entonces, como era un mundo mas silencioso se agradecían aquellos ruidos a los que estábamos acostumbrados igual que el canto del gallo mañanero al alba que ahora incomoda a los turistas capitalinos cuando llegan a las casas rurales de algunos pueblos. Pobres de ellos, pero los huevos fritos con huevos de gallinas de corral si que los aprecian y no existe lo uno sin lo otro, que le vamos a hacer.

Hoy no soportamos casi ningún ruido de los menos molestos, pero soportamos, algunos sí aunque yo no, esos ruidos estridentes que acompañan lo que llamamos civilización moderna, que vaya Vd. a saber, como los de las discotecas que derraman su estruendo por la vía pública tantas y tantas veces, demasiadas. Lo mismo que las bocinas inconvenientes, los camiones de la basura recogiendo los contenedores y otros sonidos que están en la mente de todos. Algo ha cambiado desde luego, por no hablar de esos otros ruidos que resuenen directamente en el cráneo de muchos que caminan por la calle con sus auriculares puestos, que son preocupantemente perniciosos a la larga para su salud según indican los otorrinolaringólogos que son los que saben de eso. Enfín hay ruidos para todos los gustos, pero yo me quedo voluntariamente con los de antaño aunque tenga que admitir (soportar) los de hogaño, porque la vida es transcurso, devenir y nos ha tocado vivirla ahora, no cuando hubiéramos deseado.

El cambio de hora significó algo para una de nuestras gatas, la gata senior, una persa quisquillosa que se subió al alfeizar de su ventana al oriente para ver amanecer a la hora de siempre, pero algo despistada miró, movió sus orejas hacia atrás, dio un par de vueltas por la casa y volvió a mirar siguiendo, no el cambio de hora sino el decurso del astro rey que es el que le guía y motiva su organismo. La otra simplemente pasa del tema y es menos asidua a este ritual mañanero, tiene otros impulsos como subir a la cama cuando ella cree que debe hacerlo, despertarte, acurrucarse un rato, levantarse e irse, volver al rato, hasta que se conecta el despertador del celular, ese que casi siempre le coge a los pies de la cama porque el sonido no le molesta, pero los dos segundos anteriores a la alarma, los presiente y te avisa. Los gatos son así y sus reacciones son siempre interesantes para el ser humano, como el comportamiento de todos los animales que denominamos irracionales, aspecto sobre el que tendríamos mucho que hablar.

En los días de confinamiento uno aprende, al menos en mi caso, a observar cosas con otra dimensión y escala. Del macro espacio al micro espacio. Es como si reflexionásemos sobre esas palabras que escuchamos muy frecuentemente por las ondas hertzianas, es decir las emisoras de radio o por las pantallas de TV que nos acompañan diariamente, cada vez en menor duración lo confieso, porque ese afán reiterativo de exprimir hasta la nausea una noticia que en realidad es la misma que la de hace unas horas o la de ayer si me apuran con un poco, poquísimo, aderezo para hacerla pasar por nueva o actualizada. La fascinación por lo que se escucha o se ve va decayendo porque también lo hace, por las limitaciones personales y logística de emisión, lo que nos ofrecen.

La tecnología última, esa de la 4G o incluso 5G, sin duda ha llegado y se abre paso poco a poco, pero la realidad es que todavía está cayendo en tromba sobre una masa de profesionales del medio que no están preparados para ello, tal vez porque muchos son pre digitales, son analógicos o incluso previos a aquella primera revolución tecnológica, porque a fin de cuentas no hace tanto tiempo que un tal Marconi inventó la radio y abrió grandes posibilidades a las comunicaciones como Bell hizo con el teléfono en su día o Morse con el telégrafo.

Del espacio natural en el propio domicilio, habitualmente ordenado a nuestra manera porque lo contrario sería un desorden inaceptable, en estos momentos he llegado a reflexionar sobre el micro espacio. Los arqueólogos lo utilizamos para estudiar estructuras o espacios pequeños y la dispersión de elementos arqueológicos en él, artefactos dicen los seguidores de la escuela anglosajona o simplemente objetos los de tradición historicista, para quienes simplemente son evidencias del tipo que sean.

He llegado a examinar una mañana de estas en las que la premura del horario no es tal porque somos mas laxos con la rutina, pero no holgazanes, que la mesilla de noche es en si todo un campo para el análisis espacial y les diré porqué. En un espacio rectangular de 45 x 30 cm. tengo todo un cosmos de elementos imprescindibles para mi compromiso vital diario y el buen funcionamiento de mi cuerpo y espíritu, que ambas cosas son importantes y deben caminar en una dirección unívoca.

En la inmediatez de la almohada en el lado por el que me levanto, hacia el Este y donde están perfectamente alineados en el suelo tanto los zapatos como las zapatillas, en paralelo por supuesto, tengo los siguientes elementos. El móvil en el ángulo izquierdo hasta el borde, para poder parar su alarma, siempre a la misma hora, las 7 de la mañana, salvo que hubiera un viaje a hora mas temprana, lo que en estos momentos no es de aplicación.  A continuación, siguiendo este mismo borde de la mesilla, las gafas, a continuación de ellas, medicamentos preparados en un estuche circular de bisagra y color plateado con alveolos distribuidores para la ración de dos días de las diferentes pastillas, hipertensión, anticoagulantes, Colesterol, etc. El estuche está depositado encima de unos cuadraditos que contienen los parches transdérmicos diarios para que no se olviden. A continuación, sobre una sencilla servilleta de papel, también plegada en cuatro, tres adminículos, un antiguo calzador de metal, heredado de hace dos generaciones, siempre en la misma disposición, con la parte curva hacia el exterior y junto a él y en paralelo un cepillo interdental y a continuación, también en su estuche de plástico transparente una toallita de gamuza para limpiar las gafas cada mañana y volverla a plegar cuidadosamente para volver a dejarla en su sitio dentro de la funda. Detrás, ya que hemos llegado al lateral y continuamos por este hacia el fondo de la mesilla, un bote y un frasco, éste de vitamina C y detrás sobre el fondo pegado a la pared, una pequeña imagen antigua heredada de mis padres, un portapaz que viene de familia, en metal plateado y un San Antonio minúsculo heredado de mi madrina.

Siguiendo por el fondo de la mesilla, ahora giramos hacia la izquierda, hay un pastillero con pastillas de regaliz y a continuación dos estuches con gafas. Unas para ver de cerca y el otro con las de repuesto para todos los días. Con ello hemos hecho un recorrido cuadrangular por los cuatro lados de la mesilla, pero nos falta el centro. Detrás del móvil y sobre una servilleta de papel también plegada en cuatro, reposa siempre, pero se cambia diariamente, un botellín pequeño de agua por si acaso hay necesidad y desde luego para ingerir las pastillas de la noche y de la mañana. Junto a ella, como reserva otra botella similar, esta sobre un posavasos circular de metal, que cada día, cuando se termina la primera, toma el lugar de aquella y este se ocupa por la nueva, con lo que la rotación y renovación del agua se hace diariamente como es de razón por cuestiones de higiene que ahora deben extremarse.

Encima de la superficie de la mesilla, hay una especie de pequeña repisa que forma cuerpo con ella, estrecha, a modo de visera, que dispone de una base eléctrica para tres clavijas, en la que se conecta una lámpara de pared, la radio que está sobre el cabecero mas a la izquierda, sobre la cabeza y todavía queda hueco para la bolsita de plástico plegada que contiene los blisters con las pastillas de los distintos medicamentos que suelen ser suficientes para una semana mas o menos. Las cajas con los mismos están en la otra mesilla cuidadosamente alineadas por tamaños como también es de razón.

A muchos lectores en este momento les habrá asaltado la duda de si están ante una persona ordenada hasta el paroxismo o ante un paranoico meticuloso obsesionado por el orden y el método. Incluso habrá quién haya pensado que no he dejado hueco para un libro, extraño en un hombre de letras, pero la realidad, que algunos conocen, es que desde la última intervención quirúrgica en las primeras vértebras cervicales, tal posibilidad me está vedada por completo por la rigidez de la columna. Avatares de una vida especialmente activa y accidentada.

Siempre he adoptado una organización planificada de cualquier mesilla que utilizo ya sea en el domicilio particular, en alguno familiar, en los de trabajo o en establecimientos hosteleros, incluso en una travesía de barco o en una tienda de campaña en la Antártida. Si hay objetos que deben venir siempre conmigo no veo porqué no deben de cumplir con unas normas mínimas de equilibrio y orden para que puedan cumplir eficazmente con su función en la noche, porque nunca enciendo una luz en esas horas para no molestar a nadie, aunque esté solo y porque realmente no es necesario. A lo sumo y en casa alguna de esas lucecitas testigo en un pasillo o en el baño para no tropezar en caso de despiste.

El sueño hay que planificarlo y para ello conviene dejar cada cosa en su sitio, la ropa ordenada, la mesilla es fundamental, lo mismo que el baño con sus adminículos y algo que no conviene olvidar. Es conveniente, yo lo hago siempre, desplazarse por la noche con seguridad y eso se consigue con facilidad habiendo hecho el recorrido por el día, desde la cama al baño y regreso, calculando los pasos y si es menester los puntos de apoyo o los giros que se deba dar en el recorrido. Para quienes deseen experimentar, los desplazamientos por la noche y a oscuras son mas sencillos si cerramos un ojo completamente antes de levantarnos de la cama y en el momento de hacerlo, cerrar el abierto y abrir el cerrado. Con ello conseguimos ganar bastante visión, suficiente para no tropezar con nada a menos que seamos muy torpes y nos desorientemos con facilidad.

Estas cosas no se ocurren de repente, largos años de comportamiento racional, de observación, de experimentación, ayudan mucho. Tal vez la profesión y las capacidades para ella, la observación, la metodología que implica orden y armonía en los actos sirvan como entrenamiento, pero sin duda es algo que se adquiere con voluntad y disciplina y luego rara vez se pierde.

El hecho de meditar sobre ello, de sentarse en el borde de la cama un día cualquiera y proceder a hacer un análisis espacial del micro espacio de una mesilla de noche no es algo frecuente, ni mucho menos, los movimientos mecánicos a la hora de hacer uso de cada una de las cosas que tenemos en nuestro entorno para facilitarnos las cosas, es sin duda fruto de la necesidad de rellenar el tiempo que ahora distribuimos de otra manera por el confinamiento forzado al que nos vemos recluidos por un puñetero virus, que ni siquiera es un animalillo pequeño, menos que una bacteria y de ahí su peligrosidad, que le han llamado COVID-19. Les aseguro que es un ejercicio mental como otro cualquiera que nos permite encarar el día siguiente, mañana mismo con otra actitud, con la de que todo debe salir bien si comienza bien. Es lo menos que podemos hacer para contribuir a la armonía que necesitamos todos ahora y especialmente quienes tienen tareas directas de responsabilidad en el proceso de salir adelante todos como sociedad.

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