MANUEL MARTÍN BUENO.- No les dejaría mi tren eléctrico

Vivencias para una crisis por Manuel Martín Bueno
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Desde hace varias semanas llevo comenzados varios originales para estos artículos, reflexiones en voz alta unas veces, otras han sido divertimentos espontáneos o incluso palabras encadenadas por medio del hilo conductor del teclado, que a modo de aguja e hilo va enhebrando un número de aquellas suficientes para formar un relato coherente.

El resultado ha sido a todas luces decepcionante hasta ahora y no tiene visos de cambiar en el horizonte próximo. Eso si, con los textos escritos, hubiera podido ya elaborar un pequeño opúsculo de ideas fallidas a modo de relatos cortos e inconclusos que tendría cabida el la sección de lo absurdo, de la ficción o de la literatura, que pretensión, para no dormir.

Sin duda hay mas de una razón, pongan mis lectores en primer lugar la falta de oficio del sujeto, seguidamente la libertad de plazos con que nos obsequia el medio en que se publica y especialmente una circunstancia que constato una vez al día y a veces mas. Piensas un poco, escuchas otro tanto los medios de comunicación, hablados, escritos o en imágenes, atiendes las conversaciones de café con que los amigos y adheridos nos obsequian, opiniones incluidas y llego a la conclusión de que todo esto es complicado.

Deliberadamente he marginado a las redes sociales, esos mecanismos que nos inundan, nos atenazan, nos esclavizan y llegan a producir, o al menos lo intentan un alelamiento que poco a poco se va generalizado, aunque no lo percibamos de manera clara. Las redes sociales son perniciosas y útiles, son el principio del bien y el mal contrapuestos, el frío y el calor, la luz y la oscuridad, el crisol de vanidades y estulticia sin límite. También el vestuario de unos imaginarios grandes almacenes en el que los sujetos, protegidos en teoría por las cortinillas protectoras, dedican una parte importante de su tiempo a desnudarse, cuerpo y alma, para dejar salir todo lo que se les ocurre por la oquedad superior rodeada de dientes por la que asoma un músculo rojizo y carnoso capaz de permitir al propietario articular palabras o cuando menos sonidos guturales que pretenden serlo. En tantas y tantas ocasiones de la abertura emerge un apéndice lingual bífido que emite un sonido silbante que cuando es escuchado mas allá de la cortinilla protectora es mejor ponerse a resguardo para que no te salpique el veneno emitido que suele ser mucho.

A estas alturas habrán comprendido que no me gustan las redes sociales como vehículo de transmisión de ideas y opiniones, no por la teórica maldad en si del recurso técnico que suponen, no es eso, ni mucho menos, sino una autopista de la comunicación espectacular, por lo que son admirables y yo me encuentro entre sus devotos, sino por la gran cantidad de ignaros, estultos, malintencionados, proto delincuentes o delincuentes sin mas, que por medio de la palabra agreden a todo y todos los que se ponen por delante suyo, expulsando lo mas granado de su ignorancia y mala baba con la intención, no disimulada de molestar, hacer daño o simplemente intentar manipular la voluntad de cuanto ser humano se pone a su alcance para destruirlo, dañar su imagen o sumirlo en la confusión, la misma tantas veces en la que están estos seres inicuos que utilizan las redes con el único propósito que servirse de ellas a costa del prójimo sea el que sea. No obstante están ahí y conviene estar vigilantes, cada día mas, pensando siempre en la posible doble intención de lo que se expresa por unos y leen los demás.

La desconfianza, el estupor, la inseguridad y el miedo están sustituyendo a la velocidad de la luz a sus contrarios, que deberían ser principios y características de una sociedad madura que con muchos siglos y unos cuantos milenios antes, ha ido progresando, al menos eso hemos aceptado, para llegar a poder considerarse avanzada con las connotaciones que deberían acompañarla, sociedad con valores, justicia, bienestar común, progreso que acompañase a ese bienestar,  victoria frente a las desigualdades, la ignorancia por medio de la educación, segura frente a las enfermedades que hace no tanto atenazaban a la raza humana y cosas similares que utilizamos para definir sociedad del bienestar, que naturalmente consideramos apropiada para nosotros, en un egoísmo sin precedentes, pero que no es generalizada cuando toca aplicarla a muchos de nuestros semejantes, próximos o lejanos. Separados por la barrera de la pobreza, las calamidades naturales, un simple brazo de mar que hay que superar y que nos resistimos a aceptar porque somos egoístas y cobardes, no se en que orden porque generalmente van muy unidas esas “virtudes” humanas.

Hoy en día comparamos todo y nos comparamos con todos, por supuesto tras haber afirmado nuestra convicción de que somos capaces de dialogar pero tenemos razón de antemano. Mal comienzo como es natural aunque la lógica humana tiene poco que ver con los principios naturales que rigen el universo de los seres vivos.

La actual situación de esta maldita  pandemia nos nubla la capacidad de razonar con coherencia y tal vez la mascarilla, que se ha convertido en un elemento tan propio del recubrimiento de nuestra anatomía como los calzones o bragas tradicionales, generalmente no se ven aunque supongamos que están, la mascarilla digo, sea como las orejeras que se colocan a las caballerías y animales de tiro para que solamente perciban el panorama reducido de una visión frontal y por lo tanto inducida. La perspectiva de abrir el ángulo de visión y de discernimiento se reduce hasta limites peligrosos. Da la impresión de que ese adminículo protector, impide ver demasiadas cosas y opinar en consecuencia, para pasar en la intimidad frente a la pantalla de cualquier adminículo electrónico con teclado y pantalla, a dar rienda suelta a todas las ocurrencias sanas o malsanas que se nos ocurran.

Estamos aprendiendo a observar con detenimiento los rostros de quienes dirigen esta sociedad, que es la que nos toca, allá otros con las suyas solemos decir, para escrutar mas lejos de lo que transmiten con o sin mascarilla. Entonces tenemos el peligro de observar ceños fruncidos, ojos sobre maquillados, para resaltar en menos espacio lo que antes contemplábamos en la plenitud de un rostro total. Estamos impedidos para analizar un mentón potente en comparación con otro huidizo que infundía desconfianza, máxime si encima de él tenía en vez de labios unas líneas finas y semiocultas que infundían poca confianza.

Los gestos, la apariencia, las palabras pronunciadas, escritas o dejadas caer como si tal cosa, es lo que tenemos frente a nosotros cuando vemos comparecer a los políticos de todo nivel y condición que nos enfrentan a una realidad que a unos gusta, a otros no y que a muchos nos disgusta en general porque infunden poca confianza. Sin querer o queriendo se incluyen aquí y no siempre es justo a quienes son simplemente gestores, por decisión de otros, lo que en otros tiempos se llamaba el “dedo divino”, o por estudios, preparación y méritos. Muchas veces estos pobres son denostados sin fundamento, pero no somos sociedad reflexiva sino todo lo contrario, el juicio de valor acompaña por regla general al insulto o el exabrupto que no benefician a nadie.

Entre tantos y tantos, demasiados siempre, hay tantos y tantos que lo hacen bien, que son trabajadores esforzados o simplemente cumplidores que no es poco, pero la situación de gran confusión e inestabilidad, el miedo a la pandemia, a quedarse sin trabajo a mirar al cielo para ver como responde a las plegarias en forma de lluvia o granizada, es moneda común y da miedo.

En esta situación de inestabilidad, en la que hasta el mas incrédulo empieza a convencerse de que el mundo ya no es igual al que teníamos hace menos de un año y lo que vendrá está por ver, tenemos que armarnos de paciencia pero no dejar pasar ni una de aquello que teníamos ganado, de aquello que consideremos injusto y cada día son mas cosas, porque si a todos estos que rigen nuestro destino inmediato, desde los altos organismos internacionales a la modesta política local o a la comunidad de vecinos, les permitimos jugar con el “tren eléctrico” de antaño, nos lo van a descarrilar sin remedio y nos quedaremos sin él.

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