OPINIÓN.- Nos mata o nos cambia: Nada será igual que antes

Cementerio de Betanzos

Vivencias para una crisis por Manuel Martín Bueno
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Hay momentos en los que cuesta mucho mas ponerse al teclado del ordenador para conseguir hilar palabras y frases congruentes entre si, que permitan transcribir al texto escrito algo parecido a una opinión, un estado de ánimo o simplemente describir la realidad que nos rodea, especialmente en estos tiempos difíciles que ya están siendo ominosos. Hay momentos en los que se te cae el mundo encima y no sabes como salir de entre los escombros.



Hoy es un día de esos, precedido por semanas de incertidumbre, de miedos propios y ajenos, de inseguridad, de momentos de falsa euforia, de sensaciones equívocas que van desde el: ahora se acaba todo, a parece que salimos de esta. Hoy es un día especial para quién es escribe esto. Hace días que debería haberlo hecho, pero los tiempos son los que son y no los marcamos nosotros, los marca el “relojero universal”, el destino, los hados o como le quieran llamar, pero seguro que cada uno tiene un elemento de referencia para estas situaciones, yo también.

Es un momento de despedida, de despedida de una persona muy próxima en la familia, de la que por desgracia no nos hemos podido despedir físicamente. Las fatídicas palabras que llegaron a través de la línea telefónica, a las pocas horas de un informe médico de esperanza, “parece que reacciona, tal vez podamos comenzar a despertarla”, fueron seguidas de madrugada por otra frase mas escueta desde el mismo teléfono en el que diariamente nos daban el parte del estado del paciente, que luchaba por su vida desde la inconsciencia de la sedación profunda y con ayuda del respirador, que como hilo de vida la mantenía a este lado de la laguna Estigia de los antiguos. La terrible frase, que muchas familias en España y en todo el mundo reciben a diario era: “la situación se ha agravado inesperadamente y es irreversible, vengan dos personas a la U.C.I. a despedirse, no mas”.

A partir de ahí todo sobreviene en cascada, la seguridad de que aun que te aferres a un milagro de la ciencia y de la vida que es improbable que llegue, a las palabras de consuelo del jefe médico que comunica que es cuestión de horas, pocas, o tal vez minutos como en este caso.

El panorama de una U.C.I. en el momento de la despedida es espeluznante, los familiares, dos, rodeados de sombras enfundadas como ellos mismos en las E.P.I. reglamentarias de las que ya no se habla porque las hay, y de cubículos en los que protegidos o no por cortinas, repletos de instrumental que emite un sonido lúgubre, de los respiradores mecánicos de ventilación pulmonar al que están conectados los enfermos, los osciloscopios que en sus pantallas de verde brillante o azul, marcan las constantes vitales de cada uno. Los médicos, enfermeras y auxiliares, de sexo irreconocible por los trajes de protección, que dejan pasar a quienes van a despedirse por breves minutos, con una humanidad mecánica por un lado, porque no son los únicos, pero al mismo tiempo afectiva, con esa afectividad propia del ser humano, que aunque esté extenuado por jornadas interminables de durísimo trabajo, es capaz de animar o consolar a los vivos o de coger y animar también, aunque no los puedan escuchar a aquellos pacientes de las U.C.I., que permanecen atados todavía por un fino hilo de Ariadna a la vida, hasta que el fino hilo se rompa y el virus haya puesto una vez mas un ser humano dispuesto a ser trasladado por Caronte en su barca, previo pago de un óbolo, hasta el otro lado de la Laguna Estigia de los antiguos.

Cuando escribo esto, con varias paradas para contener lo que aflora al exterior de nuestro corazón y nuestro cerebro, porque no somos insensibles, ni duros, por mas que algunos lo crean así, estamos con aquellos familiares y amigos que a casi mil kilómetros de distancia están depositando en el cementerio de una villa gallega de abolengo, la urna cineraria con lo que queda para siempre de nuestro ser querido. En estos casos no hay posibilidad de elección, el protocolo COVID reza que tienen que ser incinerados, como si ese ritual de los antiguos, recuperado desde hace años por los modernos, tuviera mas sentido que el estrictamente sanitario de profilaxis hacia quienes tienen que bregar con la situación en los distintos momentos del triste proceso. Un cementerio gallego, allá en las alturas con vistas al valle, cubierto de verdor, arbolado, con toxos, cipreses, pinos y a veces eucaliptos, con arbustos, las sempiternas hortensias, que ahora no tienen flor o raramente las tienen porque es otoño avanzado. Todos rezuman humedad y esa bruma atlántica que parece llorar para acompañar el triste responso de despedida, los gestos graves y los sollozos incontenibles de los familiares y amigos, separados por razones de seguridad sanitaria y el miedo que también hace de las suyas. Yo debería estar allí pero me lo desaconsejaron por razones que se nos aplican a aquellos que pasamos de los setenta y dicen que somos de especial riesgo, seguramente es así.

Hace unos días yo mismo estuve en la tesitura del ingreso por razones idénticas en el sistema sanitario, pero finalmente, tras ser examinado con todo el protocolo COVID en un servicio de urgencias y hecha la PCR correspondiente se nos envió a casa para esperar el resultado, ese mismo día, pero con determinadas recomendaciones que debía seguir al pie de la letra como así se hizo. Por fortuna todo quedo en susto, pero les aseguro que también hace mella.

Esta crisis de la que machaconamente se habla todos los días y a todas horas, nos abruma con cifras, admoniciones precautorias, consejos, recomendaciones, advertencias y normas que son de obligado cumplimiento, aunque no parezcan muy lógicas algunas veces o no comprendamos, no tenemos porqué muy bien, como un invisible y letal virus está por ahí, no respeta fronteras, se comporta de manera anárquica según la distribución provincial española de Martínez Burgos de mediados del siglo XIX  o incluso de la distribución autonómica mas reciente establecida en la Constitución de 1978 vigente todavía.

Esta crisis responde a una realidad intangible en la que tan importantes son las medidas dictadas por la lógica científica de la sanidad y de quienes verdaderamente saben de ello, desgraciadamente menos personas de lo que parece, como las medidas dictadas por la política y los políticos, que como aprendices de brujo con unas varitas mágicas que no funcionan, operan con las recomendaciones dictadas por las matemáticas que mandan ahora, porque de ellas se derivan actuaciones en materia laboral, económica, social y otras que tenemos presentes, ya que afectan diariamente a los ciudadanos. Esos mismos que ya no saben a que carta quedarse.

La crisis sanitaria, la pandemia mundial, que es lo que es, nos afecta directa o indirectamente. A algunos les ha golpeado, les golpea o les golpeará, porque va para largo, produciendo dolor, físico o del otro, pero dolor. Nos está cambiando y nos cambiará mas todavía porque no somos iguales a como éramos a comienzos de año cuando se inició esta pesadilla. No lo somos aunque queramos aparentarlo. Unos pueden reaccionar encerrándose en si mismos como el caracol en su cáscara, otros saliendo a pecho descubierto negando la existencia del peligro y poniendo en riesgo a los demás, incluso a sus mas próximos.  Algunos reflexionando o intentando hacerlo para no interiorizar todo el problema ya que es inasumible por cada uno. Es necesario compartir, exteriorizar, sin miedo pero con precaución infinita y sobretodo dándonos cuenta de que hemos cambiado, no somos los mismos de antes del verano por muchas razones, porque nos ha tocado directamente o porque lo hemos visto de lejos, pero no podemos negar que lo hemos visto, que está ahí y que solamente con inteligencia, reflexión, prudencia o fe, aquellos que sean especialmente creyentes, en el fondo la mayoría, podremos salir de esta, no lo duden, pero piensen en los demás. Hoy me toca a mi, mañana a ti y ayer le tocó a el, pero como en la lotería de Navidad, cada uno de nuestros números está en el bombo y no sabemos si saldrá o no, ni cuando, ni como, fundamentalmente porque hemos cambiado, no somos los mismos insisto y debemos reconocerlo para no volvernos locos y continuar. Nada en la historia de la Humanidad ha sido fácil, pero en el caso que nos toca vivir no es especialmente sencillo ni mucho menos. Piensen en ello mientras esperamos dentro de unos meses las vacunas prometidas que como tabla de salvación es lo único que tenemos en el horizonte. Mientras no olviden su mascarilla, la limpieza extrema y los dos metros de distancia social, tal vez sean de las pocas cosas que podemos hacer responsablemente.

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