Por Eduardo Lavilla
Este fin de semana se han celebrado las Ferias en Calatayud con motivo del día de la Virgen de la Peña, patrona de la ciudad desde el s. XIX. La tradición cuenta que tras la conquista de Calatayud por Alfonso I, el Batallador, en el s. XII, los ciudadanos observaban una estrella que se posaba sobre un cerro todas las noches y se oía de fondo el tañer de una campana. Siguiendo las señales, escavaron en el monte, encontrando la imagen de la Virgen sedente con el Niño en su regazo bajo una campana, que habría sido escondida siglos antes para protegerla de la conquista musulmana. En el lugar en el que apareció se edificó el santuario en honor a la Virgen.
Sabemos que el templo original tomó parte de uno de las cinco fortificaciones que formaban el conjunto amurallado musulmán de la ciudad. En el s. XIV se reconstruyó en estilo mudéjar, ya que, durante la Guerra de los Dos Pedros (1356-1369) quedó muy dañado por el lanzamiento de artillería por parte de los castellanos. Como es propio en este estilo, el templo era de tipología iglesia-fortaleza, y de él aún podemos disfrutar de algunos restos que se conservan en la actualidad, entre los que destaca la decoración de yeserías de la capilla lateral dedicada a San Francisco Caraciolo. El edificio sufrió otras remodelaciones, principalmente en el s. XIX y a consecuencia de las guerras, probablemente por su posición estratégica. Fue ocupada por franceses durante la Guerra de la Independencia (1808-1814), y por los carlistas durante la Primera Guerra Carlista (1833-1840), y, también sufrió los efectos de la Desamortización de Mendizábal en 1835. Por último, en el año 1933 a consecuencia de la quema sistemática de iglesias y conventos en España, tuvo lugar un incendio intencionado que arrasó parte del templo, perdiéndose la talla románica de la Virgen de la Peña, la actual es una reproducción fiel de la original.
El inicio de las fiestas lo marca tradicionalmente el toque de campanas, entre los que también suena el Reloj Tonto. La historia de este reloj (que no lo es, sino que es una campana) se sitúa en los restos de otro de los cinco castillos del sistema defensivo de Calatayud. El origen de esta campana se halla en la Guerra de los Dos Pedros, cuando tras su finalización, el rey Pedro IV, el Ceremonioso, en gratitud a los bilbilitanos por la defensa heroica de la ciudad, les concedió una serie de privilegios, entre los que se encontraba: el título de ciudad, el de sellar en cera blanca (cosa no poco baladí, pues era un derecho que sólo poseían unos pocos, principalmente la nobleza o el clero), la custodia de sus propios castillos reales (hasta el momento lo hacían soldados del Rey) y por último, regaló la campana del Reloj Tonto, para que pudieran hacerla sonar en caso de amenaza, y de esta manera, avisar a todos los ya ciudadanos (anteriormente, al tener título de villa, eran villanos, y no vale confundirlo con “los malos de las películas”), para que corrieran a resguardarse y defender la ciudad. Como curiosidad, en el castillo del Reloj Tonto aún se guardan numerosos bolaños que son los proyectiles de piedra de forma esférica que se tiraban desde los trabuquetes o ingenios (es un tipo de catapulta) de época medieval. En la plaza de Ballesteros, como parte de la decoración, también se conservan algunos.
Volviendo a las fiestas, es tradicional la celebración de diferentes ferias: de ganado, agrícolas, de artesanía… y es probable que por ese motivo le llamemos a estas fiestas las Ferias, en plural. Recuerdo que hace años las Ferias eran todo un acontecimiento para la Comarca. Como ir a Calatayud no es algo que se hiciera todos los días, para mí significaba algo así como ir de excursión a montarme en los caballitos y comerme un palo de algodón de azúcar. También recuerdo la cantidad de gente que bajaba en el autobús (aunque entonces lo llamábamos “el coche del pueblo”), por lo que éste tenía que doblar los viajes que hacía esos días por el abundante trajín de pasajeros. Los había que pagaban su billete ordinario y otros que, a un precio mucho más módico, lo hacían en la baca del vehículo. Desde los pueblos más cercano, no faltaba la gente que directamente bajaba andando o en carro, pues coche propio eran muy pocos los que tenían.
No podía faltar la visita a la feria agrícola y de productos del campo. Allí oí hablar por primera vez de un tractor con tracción a las cuatro ruedas, como gran novedad. Huelga decir que por mi juventud (la década de 1960), no me enteré de qué era aquello y de su trascendencia hasta algunos años más tarde; pero, a día de hoy, podríamos decir que gracias a este tipo de feria, llegaban las últimas novedades y fue produciéndose poco a poco la mecanización del campo y el gran cambio en el mundo rural. Ahora sigue habiendo feria agrícola, tanto de productos como de maquinaria, aunque ya no es aquello de bajar con un novillo a venderlo o a comprar una mula. Cuando se compraba en la feria, siempre era el precio un 10% o 15% más barato, ahora creo que es al contrario.
Comparsa de Gigantes y Cabezudos. Fotografía de RubénmásEsther
Los Gigantes y los Cabezudos, como a todos los chiquillos, nos daban miedo, por lo que teníamos que agarrarnos al cuello de nuestros padres o escondernos tras sus piernas, siempre mirando de reojo por si acaso se acercaban. A mí lo que más me gustaba era el Teatro de Guiñol y Marionetas de Maese Pedro Villarejo con ese personaje que era “Gorgorito”. Y en los toros: los hombres con traje y corbata, las mujeres con mantilla y teja. Qué extraordinarias fotografías de los extraordinarios (no es redundancia) reporteros taurinos, de todo aquello que acontece en torno a la corrida de toros. Y el Empastre con el Bombero Torero, magníficas y jocundas tardes para la chiquillería, hoy tan puestas en lo políticamente incorrecto.
También recuerdo los bailes en el Casino, la Cabalgata, el concurso de arado o el Rosario de Cristal, la mayoría de estas costumbres aún se conservan, trasladándolas y adaptándolas a estos tiempos modernos. ¡Menos mal!
Feria del Ajo. Fotografía RubénmásEsther
He dejado, a propósito, lo mejor para el final: la Feria del Ajo. Ir a comprar la ristra de ajos era y es de obligatorio cumplimiento. Echársela uno al hombro es como pasear un triunfo, si son de la Comarca del Aranda mejor aún. Cada uno la compra en función de los que vaya a usar, los hay que la compran pequeña porque gastan pocos, otros una o dos y grandes, para compartir con la familia o porque había que matar el cochino a finales de noviembre y ajos en esas fechas pocos.
A por algodón dulce en los puestos de las ferias. Fotografía RubénmásEsther
Hablando de ajos, ahora también es tiempo de uvas, es decir, es tiempo de rendir pleitesía a un buen plato de migas con ajicos y uvas acompañando al huevo frito y al chorizo o longaniza. Hay que comerlas con cuchara, despacio y dándole vueltas en la boca para sacarle todo el sabor, remojarlas con vino, tinto mejor, pero todo está en los gustos. Además, esto nos lleva a la vendimia que se está realizando estos días en muchos de los pueblos de nuestra Comarca, que debido al calor, cada vez tienen que adelantarla más, pero que afortunadamente, nos da esos vinos garnacha tan ricos que forman nuestra Denominación de Origen. Y así con todo, me despido hasta el siguiente artículo con una jota que no para de sonar en mi cabeza con esto de las ferias: Aunque te vayan a ver/ no te pongas colorada,/ que muchos van a la feria/ por ver y no compran nada.