De las primeras cofradías medievales y los orígenes de la Semana Santa

Vía Crucis en Terrer, de José Luis Gormedino

A zofra por Eduardo y Eloísa Lavilla
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Como bien sabéis quienes habitualmente leéis nuestras publicaciones, nos gusta escribir artículos relacionados con las fechas en las que estamos.

En este caso, en plena Semana Santa, vamos a hablaros del origen de las cofradías. Es éste un ámbito de estudio muy amplio sobre el que existen trabajos en profundidad. Por ello, aquí no pretendemos hacer un examen exhaustivo sino una pequeña aproximación, puesto que su origen es más que curioso, y estamos seguros de que os gustará.
En primer lugar debemos entender el origen etimológico de la palabra cofrade. Se compone de: frater: que significa “hermano”; del latín y de él también derivan palabras como fraternidad o fraile. Y, del prefijo co-: que quiere decir “unión/conjunto”, cuyo origen también es latino, (cum- que indica compañía) y del que existen muchos ejemplos de uso de este prefijo, como: cooperar, coautor, copiloto… Por lo tanto, tenemos que cofradía vendría a significar “unión/conjunto de hermanos”. En la Edad Media aún no se empleaba el término “hermandad”, apareciendo más tarde. Algunos apuntan a que las cofradías y las hermandades no son lo mismo y que tienen objetivos distintos, sin embargo, es muy habitual emplearlas indistintamente.
En cuanto a su origen, tenemos que trasladarnos hasta la Edad Media, concretamente es en torno al siglo XII cuando comienzan a desarrollarse agrupaciones de tipo religioso a lo largo de toda Europa. Es en este siglo y en el siguiente cuando se produce un importante cambio en la mentalidad de la sociedad, en la economía y en la política. La mejor muestra de ello es que en este momento es cuando en el Arte se va abandonando paulatinamente los conceptos “más arcaicos” del Románico y se va implantando una nueva mentalidad que evoluciona hacia el Gótico, favorecido por el resurgimiento de las ciudades, el afianzamiento del sistema feudal, el desarrollo de la burguesía, las universidades y un largo etcétera en el que no vamos a entrar para no extendernos en exceso.
Las cofradías surgen por la voluntad de personas que deciden agruparse con un fin solidario y cooperativo, haciendo en algunos casos una verdadera labor de asistencia y caridad a los más necesitados. Pensemos que sería algo así como algunas asociaciones actuales en las que se unen personas afectadas por una enfermedad, una circunstancia concreta, una profesión… con el objetivo de ayudarse y hacer más fuerza gracias a la unión.
Esa primera ola de creación de órdenes puramente religiosas da lugar a muchas y muy conocidas como por ejemplo los franciscanos, los dominicos, las clarisas, etc. u otras que luego derivarán en órdenes militares como la del Temple, el Santo Sepulcro o San Juan del Hospial, de la que ya os hablamos en otro artículo que podéis leer aquí “Don Juan Fernández de Heredia, un vecino desconocido”.
Sin embargo, también aparecen otras de tipo seglar a las que se denominará cofradías. Rápidamente estas cofradías fueron ligándose a los diferentes gremios y a un Santo patrón, favorecidas por la Iglesia que les otorgaba ciertos privilegios. Entre las más habituales: las cofradías de San José, patrón de los carpinteros; San Isidro, patrón de los labradores; o, Santas Justa y Rufina, patronas de los alfareros. Si habéis leído la novela de Ildefonso Falcones “La catedral del mar” esto os sonara, ya que en ella vemos cómo los habitantes de un barrio de pescadores, principalmente estibadores, agrupados en una cofradía, deciden construir el templo de Santa María del Mar a su patrona.
Además, en España se produce por primera vez esa diferenciación entre las agrupaciones puramente religiosas y las ligadas a los oficios, fenómeno que luego se extenderá al resto de Europa, pero que podríamos decir que hace que las cofradías tengan un origen puramente peninsular. Las cofradías dedicadas a la Virgen o a los Santos fueron muy populares, las que rendían culto a Cristo son muy pocas en ese momento.
Muchas de las órdenes religiosas que señalábamos al principio surgen en parte por la crítica a los dogmas de la Iglesia en ese momento, buscando “purificar el espíritu cristiano”. El mejor ejemplo está representado por las órdenes franciscanas que abogaban por los votos de pobreza, castidad y obediencia, con una vocación de ayuda y trabajo hacia el prójimo realizando obras misionarias, de ayuda a los pobres, en hospitales, reparto de comida, etc. Esa vocación más adelante, ya entrado el s. XIV y en los siguientes, se irá afianzando por diferentes hechos históricos como la Peste Negra o las muchas guerras ocurridas (Guerra de los Cien Años, Guerra de los Dos Pedros, guerras de religión, etc.) que devastaron a la población y que, por lo tanto, aumentaron sus necesidades de asistencia.
Por otro lado, y volviendo a los s. XII y XIII, se suma el cambio de pensamiento que se produce en la sociedad del momento que lleva a que se comience a prestar más atención a la devoción a Cristo y a su Pasión y Muerte. Es precisamente San Francisco de Asís quien aboga porque se incida en la humanidad de Cristo, y ¿qué hay más humano que el sufrimiento y la muerte? De hecho, de las órdenes franciscanas se hereda el uso del tercerol y que se utiliza casi exclusivamente en la zona de Aragón.
Esta corriente también se acompaña de otras nuevas que veneran las antiguas reliquias o símbolos del cristianismo original, como podría ser el caso de la Orden del Santo Sepulcro que buscaba ese santo lugar en Jerusalén o la protección de los Caballeros del Temple de lo que en su día fue el Templo de Salomón. Seguro que con esto os vienen imágenes a la cabeza de “Indiana Jones y la Última Cruzada” o “El Código Da Vinci” en donde aparecen tanto caballeros templarios como menciones al Santo Grial, la Santa Cruz, etc. Pues es aquí cuando surgen esas ideas, y fijaos como siglos después, aún nos llaman la atención y pican nuestra curiosidad.
Todo esto va a llevar a que entre esas cofradías que habían ido surgiendo, aparezca un “subtipo” y que se llamarán cofradías penitenciales. Éstas tendrán una advocación original a los símbolos de la cruz o la sangre de Cristo. Es por ello que las cofradías más antiguas de esa clase son las dedicadas a la Vera Cruz y a la Sangre de Cristo. Su aparición se produce primero en la zona del levante español, en lo que entonces era la Corona de Aragón. En concreto, en el Reino de Aragón fueron muy habituales en el bajo y medio Aragón, habiendo perdurado en algunos casos hasta la actualidad. En nuestra Comarca, encontramos ejemplos de la Sangre de Cristo en Calatayud o de la Vera Cruz en Maluenda. Poco a poco fueron extendiéndose por toda la Península y lo que entonces era el reino de Navarra y Castilla. A día de hoy podemos encontrar algunas que aún perviven desde los s. XIV y XV en ciudades como Málaga, Murcia, Valladolid, Zamora o Sevilla.
Como cofradías penitenciales, sus fines estaban ligados a tres conceptos: oración, penitencia y caridad. Eso les lleva a cubrir lo que podríamos decir como una “necesidad social”. Pensemos que no había Servicios Sociales, por lo tanto, se encargaban de dar apoyo por ejemplo a pobres, enfermos o reos condenado a muerte. De hecho, de los reos condenados se toma el capirote, que eran un símbolo de humillación y penitencia y que tiene su origen en los siglos XVI y XVII (cuando ya adopten una forma de “cofradía de Semana Santa” más cercana a la actual). Aquí vemos una diferencia clara con las cofradías originales medievales (s. XII-XIV) que hablábamos anteriormente, pues éstas denotan su nacimiento (aunque no es algo determinante) en época anterior por el uso del tercerol (una imagen más cercana a la de fraile que a la de “reo condenado haciendo penitencia” que es a lo que evoca el capirote), que está más ligado a esas órdenes religiosas y/o militares de la época de las cruzadas que comienzan a venerar los iconos de la muerte y pasión de Cristo.
Una de las curiosidades más interesantes en este punto es el caso de la Hermandad de la Sangre de Cristo de Zaragoza (fundada en 1280), que tras más de setecientos años aún llevan a cabo una labor, quizá poco conocida, pero valiosísima. Sus miembros se encargan de levantar los cadáveres de los fallecidos en muertes no naturales como accidentes de tráfico, suicidio, homicidio, etc. La misión de esto es “acompañar al fallecido en esos momentos” y dar apoyo y consuelo a la familia, además haciéndolo de manera gratuita y totalmente altruista. Otro caso que conocemos es el de Terrer, antiguamente la cofradía de la Sangre de Cristo se encargaba de recoger y preparar el cadáver, así como dar sepultura, a aquellas personas que no tenían medios económicos o vivían en la pobreza, que no podían permitirse pagar un entierro digno, o en aquellos casos en los que no tuvieran familiares y vivieran en soledad. A día de hoy, con el estado de bienestar, esta tradición ha perdido peso; pero, sí que se siguen ocupando del funeral de sus cofrades. Por ello, en Terrer aún podemos ver en cualquier fecha del año, entierros en los que los miembros de la Sangre de Cristo, vestidos con el hábito de Semana Santa y su estandarte, portan y guardan el féretro durante la misa y posterior entierro en el cementerio.
Por otro lado, sin dejar a las cofradías de la Sangre de Cristo, toda la simbología entorno a ellas está relacionada con la Muerte y la Pasión. Aquí vemos una influencia fortísima de la Peste Negra y las guerras habidas en esa época y su impacto en la sociedad del momento que vivió esos duros días. Sino pensad en cómo nos está afectando a día de hoy la pandemia, en la mentalidad o el modo de vida. Por un lado, las cofradías de la Sangre de Cristo en su escudo llevan la cruz y los elementos iconográficos de la pasión como puede ser la corona de espinas, el gallo, las tenazas, los clavos… También es común que entre sus pasos porten al Cristo Yacente (es decir, ya muerto). Además, en los municipios en los que hay, o ha habido, una Sangre de Cristo también suele haber alguna ermita dedicada a la Santa Cruz. En la fotografía que acompañamos el artículo podemos ver a la Cofradía de la Sangre de Cristo de Terrer subiendo al monte de Santa Cruz durante el Vía Crucis que se realiza la mañana del viernes Santo, y donde está la ermita de Santa Cruz que da nombre al lugar, y en torno a ella, las Cruces del Calvario. Por otro lado, también era tradición que estas cofradías tuvieran una Virgen de la Cama, que no es otra que la Virgen María justo en el momento en el que fallece (de nuevo nos encontramos con el tema de la muerte). Ya sé que algunos diréis que la Virgen “ascendió en cuerpo y alma a los cielos” y que realmente no falleció como tal, pero tenéis que tener en cuenta que éste es aún un tema debatido en la Teología y que dicha idea no se extiende hasta el s. XV. Anteriormente se presumía que la Virgen sí falleció, idea que la Iglesia Ortodoxa aún mantiene. Por lo tanto, es lógico que antes del s. XV, existieran esas imágenes de la Dormición de la Virgen (de ahí que también se les llame la Virgen de la Cama). Son muchas las que encontramos en nuestra Comarca, tenemos ejemplos en Terrer, Morata de Jiloca o Munébrega. Incluso hay publicado un libro muy interesante del profesor Jesús Criado Mainar, del Centro de Estudios Bilbilitanos (2015), llamado: “Culto e imágenes de la Virgen de la Cama en el Aragón Occidental. El Tránsito de María y la devoción asuncionista en la Comunidad de Calatayud”.
Seguro que esto os ha llevado a haceros una pregunta, ¿cómo se pasa de todo eso a las procesiones de Semana Santa? Para ello debemos avanzar en el tiempo y situarnos en el s. XV-XVI cuando se producen las guerras de religión, la Reforma Luterana y la Contrarreforma Católica. En este momento la sociedad católica ve necesario demostrar en actos públicos su fe y religiosidad frente a la “herejía protestante”. En un primer momento, comienzan a representarse, en forma de escenas teatralizadas, los hechos de la Pasión en los días de Semana Santa en las iglesias durante la liturgia. Poco a poco, esos actos van evolucionando hacia la representación en figuras y tallas hasta llegar a las procesiones tal y como las entendemos a día de hoy.
Esta evolución se ve muy clara en los Vía Crucis, en los que se va parando y narrando las diferentes estaciones y hechos ocurridos en los últimos momentos de la vida de Cristo. También es un buen ejemplo las procesiones del Domingo de Ramos en las que se representa la llegada de Jesús a Jerusalén a lomos de una burra siendo recibido por los habitantes de la ciudad que portaban palmas (y que se siguen llevando en las procesiones de ese día). En Maluenda es muy interesante el acto que hacen durante la procesión del Santo Entierro del Viernes Santo. En él se representa el entierro cuando llega el paso del Cristo Yacente a una plaza de la localidad (podemos verlo en una de las imágenes que acompañamos al artículo). También encontramos un ejemplo en Ariza donde, durante la procesión del Sábado de Gloria, se escenifica la aparición de un ángel (representado por un niño) que desciende para anunciar a la Virgen María la Resurrección de su hijo. Todas ellas son ejemplos de cómo las tradiciones han ido cambiando, adaptándose a los tiempo y perviviendo, creando un patrimonio inmaterial y cultural riquísimo en nuestra Comarca que no deberíamos pasar por alto.
A partir del s. XVI y con la llegada del arte Barroco, la celebración de la Semana Santa con procesiones y cofradías destinadas única y exclusivamente a estas fechas se expanden y experimentan un gran auge. Es decir, esas cofradías primigenias, unidas a las penitenciales y fruto de la mezcla del tema de la Muerte y la Pasión de Cristo, entre otras cosas, se van a ir transformando poco a poco en las cofradías de Semana Santa. Además entre ellas se extenderán el uso de otros símbolos, pasajes, personajes de la Pasión, como puede ser la Dolorosa, San Pedro y el Gallo, Cristo atado a la Columna, la Oración en el Huerto, etc. Además, muchas de las tallas más antiguas que encontramos en el patrimonio comarcal datan de esa época con un gusto por lo barroco muy marcado.
Un buen ejemplo de ello lo encontramos en Ateca, cuya Hermandad de la Soledad data de 1660 con origen en aquella época y la que vemos que cumple con todas estas características. En la Semana Santa de Ateca, la que por cierto fue declarada como Bien de Interés Turístico Regional en 1996, encontramos además otras dos peculiaridades relacionadas con los temas que hemos tratado: por un lado el de la muerte, pues uno de los pasos que portan es precisamente la Muerte representada por un esqueleto de verdad que recuerda la brevedad de la vida. Por otro lado, más de cuarenta escenas bíblicas de la Pasión de Cristo, así como, personajes como los soldados romanos, la Verónica o los patriarcas, procesionan por las calles de esta villa, algunas de ellas pintadas en pequeños estandartes al modo de vexilum romano de gran valor artístico.
Como veis, la tradición actual es fruto de una evolución casi milenaria de la que tan sólo os hemos dejado aquí unas pinceladas. Arte, música, historia e incluso filosofía se entremezclan estos días llevando mucho más allá la idea de procesión religiosa y creando un patrimonio tanto material como inmaterial de gran valor en nuestra Comarca.

Escenificación del Santo Entierro de Maluenda. Fotografía de Jesús Gil

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